Talia Soldevila

Reflejos emocionales

Talia Soldevila

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       Toda relación involucra emociones. Pero, el efecto que producen las emociones en nuestro cuerpo es algo que realmente no acabamos de entender, incluso en los albores del siglo XXI. La condición cultural y social nos ha enseñado a suprimir y esconder las emociones. Desde nuestra infancia nos educan a contenerlos, a reprimirlos y, peor aún, a camuflarlos. Esta nefasta práctica la llegamos a dominar con tal maestría que el autoengaño emocional se convierte en un modus operandi habitual que incorporamos en nuestra vida día a día.

       Los caballos son unos maestros expertos en captar el nivel energético de las emociones; su supervivencia ha dependido de ello.  Durante las sesiones de coaching con caballos, los clientes experimentan un sinfín de emociones. Estas emociones quedan reflejadas en su cuerpo y son, a su vez, captadas por los caballos.

       Funcionamos emocionalmente a unos niveles mucho más profundos de lo que somos conscientes. Tenemos falta de práctica. Cuando trabajamos a partir de las emociones, estamos abriendo un canal basado en la honestidad con nosotros mismos. Utilizamos el cerebro derecho, dando paso a la intuición, percepción y captación emocional. El cambio que se produce de la consciencia emocional es muy gratificante.

       Recientemente hice una sesión de demostración de coaching con caballos para cuatro personas que deseaban ofrecérselo a sus clientes. Eran dos parejas de mediana edad. Fue una sesión muy particular, ya desde el principio. Para mí, las sesiones comienzan en el momento en el que llega el cliente a casa, incluso antes de comenzar a trabajar con los caballos. Es parte del proceso llevar a los caballos desde el prado hasta la pista: antes de comenzar formalmente,  los caballos ya me están indicando cosas acerca del cliente.

       En esta oportunidad, los clientes aparcaron su coche, bajaron y nos saludamos. Posteriormente, fuimos a buscar dos caballos: Miguelito y Wilma, mientras charlábamos animadamente. Todo indicaba que había ganas de trabajar, buena disposición y, francamente, todos parecían encantadores.

       Suelo coger solamente a un caballo porque sé que el otro nos seguirá. En esta ocasión cogí a Wilma, pero el otro caballo, Miguelito, que siempre sigue, no lo hizo. Lo llamé insistentemente, pero él no tenía ninguna intención de acercarse.

      Una de las mujeres tenía experiencia con caballos, así que le pedí que cogiera a Wilma mientras yo iba en busca de Miguelito. Me sorprendió ver que estaba realmente inquieto, comportándose como un potro de dos años, brincando, correteando de un lugar a otro. Finalmente, pude llevarlo a la pista, pero a medida que nos acercábamos, él se inquietaba cada vez más. Yo ya estaba alertada de que algo andaba mal, pero todavía no sabía con precisión de qué se trataba.

      Comencé a explicar la actividad a los clientes. Las cuatro personas tenían que participar. De repente, uno de los hombres dijo de manera bastante agresiva: "Ah, ¡yo NO voy a participar!". Me quedé bastante sorprendida y en tono de broma dije: "Bueno, habéis venido para ver cómo se desarrolla una sesión de trabajo en equipo, así que ¿por qué no entramos todos en la pista y vemos qué sale?" El hombre murmuró algo, se giró sobre los talones y marchó diciendo que esperaría a sus amigos en el coche. El otro hombre rápidamente intentó suavizar la situación diciendo algo como que debía tener un mal día.  Miguelito y Wilma habían estado paseándose por la pista mostrando su inquietud pero, a partir del momento que se fue ese hombre, comenzaron a tranquilizarse y  a relajarse un poco. Yo también. Miguelito claramente había reflejado el estado emocional del hombre desde el momento en que llegaron a casa.

      Iniciamos la sesión haciendo actividades de cohesión de equipo que se desarrollaron con dificultad. Los caballos estaban dispersos, sobre todo con la mujer que era la esposa del "desaparecido" y que se comportaba como si nada hubiera pasado. El grupo no lograba cohesionar y cada vez que se acercaba esta mujer, los caballos se giraban tranquilamente y la dejaban sola. Como esto se repitió en tres ocasiones diferentes comencé a ver un patrón de conducta por parte de los caballos y aproveché para decirles a los clientes:


  • – "He notado que los caballos se alejan cuando te acercas", a lo que la mujer contestó
  • "Quizás no quieren estar conmigo".

Le pregunté si le preocupaba que no quisieran estar con ella. Se encogió de hombros y dijo:

  • "Un poco".
  • – "¿Y tú, quieres estar con ellos?",  le pregunté. 
  • – "Sí, me gustaría", respondió.
  • – "Entonces, ¿qué podrías hacer para que se te acercaran?"

La mujer se quedó pensativa y finalmente dijo:

  • – "Quizás si los acaricio tendrán ganas de quedarse a mi lado".
  • – "¿Quieres probarlo?" le dije. Asintió con la cabeza y se acercó con una mano extendida a Wilma. La yegua marchó y la mujer se rió, pero su cuerpo se tensaba.  
  • – "¿Qué más podrías hacer?", le comenté.  
  • – "No lo sé",  me respondió. 
  • – "Cuando en tu vida la gente se aleja de ti,  ¿qué sientes?", pregunté.
  • – "Enfado", fue su respuesta. 
  • – "El caballo se ha alejado de nuevo, ¿sientes enfado?"

La mujer se quedó mirando a Wilma con ojos vidriosos. Tomó aliento y dijo:

  • – "Sí, estoy muy enfadada. Lo que ha hecho mi marido antes me ha avergonzado y enfadado".
  • "¿Y ahora qué sientes?", le pregunté.

En ese momento Miguelito dejó salir un enorme suspiro. La mujer se rió, tomó aire y también suspiró acercándose a Wilma, que en esta ocasión permaneció quieta mientras ella le acariciaba.

  • – "Parece que Wilma ahora quiere estar contigo", le remarqué. "¿Qué ha cambiado?"

Su sonrisa fue casi la de una niña tímida cuando dijo:

  • – "Que ya no escondo mi enfado y me siento mejor ahora que lo he dicho en voz alta".

       Seguidamente, las otras dos personas se unieron a esta declaración, reconociendo que todos estaban muy incómodos por el comportamiento de su amigo. A partir de este reconocimiento colectivo, cambió la dinámica del grupo, incluyendo la de los caballos.

       Los caballos son de una enorme ayuda en las sesiones de coaching. Del caso que acabo de relatar, resaltaría varios puntos que, al margen del objetivo inicial de la sesión, dejan ver cómo los caballos tienen el don de sacar temas a la luz que en realidad son centrales:

  • – La inquietud de Miguelito reflejó no sólo el comportamiento del hombre que abandonó la pista, sino la tensión que había en el grupo. (Luego me enteré de que tenía mucho miedo a los caballos).
  • – Ambos caballos reflejaron la falta de conexión del grupo, sobre todo de la mujer, hasta que ésta reconoció su enfado. 
  • – El método de la formulación de preguntas a partir del comportamiento del caballo, facilitó que  cliente no se sintiera juzgada y que se abriera una vía más limpia para abordar el tema central.
  • – A partir de la aceptación colectiva, los clientes pudieron experimentar un cambio real y positivo como "equipo".

La aceptación de la emociones nos facilita el progreso en nuestro crecimiento personal. Los caballos son facilitadores para llegar a esta aceptación y para vivenciar los cambios positivos que se derivan del reconocimiento emocional.

(Talia Soldevila es Coach Personal formada por TISOC y especialista equina).

 

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