Por Dionisio Contreras Casado

Tom Peters, uno de los intelectuales de la gerencia y los negocios más reconocidos a nivel mundial, y autor de “En Busca de la Excelencia”, considerado como uno de los grandes libros de la literatura gerencial de todos los tiempos, escribió: «En el caso de que tenga usted quince años, deje de burlarse de los “tontos” de su clase… porque ¡llegará un día en que tendrá que trabajar para ellos!».

La práctica totalidad de las investigaciones de los últimos veinte años concluyen, que la excelente evaluación académica de una persona no dice absolutamente nada del modo en que esa persona reaccionará ante las dificultades en su vida, resultando que de una excelente evaluación académica, únicamente se puede colegir que una persona es excelente resolviendo pruebas de evaluación académica. Y no sólo eso, sino que la mayor parte de personas con un cociente intelectual alto, terminan trabajando como subordinados de gente peor dotada intelectualmente, ya que es muy bajo el porcentaje de éxito atribuible al cociente intelectual de la persona exitosa, en cualquiera de los ámbitos en el que la contemplemos: trabajo, pareja, familia… etc.

Sin embargo, en el contexto en el que habitualmente se desenvuelven y desarrollan las personas, básicamente de intercambio y participación, una serie  de competencias emocionales, si son significativas e incluso determinantes en el éxito y la eficiencia, ya que enfrentar situaciones, o situarse ante el entorno con eficiencia y obtener resultados exitosos, no depende del exhaustivo conocimiento analítico del mismo, sino de la capacidad operativa de actuar sobre él, y en este sentido las emociones si juegan un papel concluyente de éxito o de fracaso.

Desde mediados de los ochenta, H. Gardner, desarrolla la idea de que el hombre no posee un solo tipo de inteligencia, y en este sentido, gran parte de los autores se han puesto de acuerdo en diferenciar dos tipos de inteligencia emocional: la intrapersonal y la interpersonal. El propio Gardner, define la inteligencia intrapersonal como «la capacidad de establecer contacto con los propios sentimientos, discernir entre ellos y aprovechar este conocimiento para orientar nuestra conducta», y la inteligencia interpersonal como «la capacidad de discernir y responder apropiadamente a los estados de ánimo, temperamentos, motivaciones y deseos de las demás personas», algo que no parece fácil de adquirir únicamente estudiando.

En el mundo de la empresa, estas conclusiones han tenido un fuerte impacto, ya que la forma tradicional de contratación, fundamentada únicamente en la brillantez de un currículum, está cediendo terreno a una concepción más amplia y abierta, que plantea la necesidad de dar un salto cualitativo hacia la incorporación de profesionales abiertos al trabajo en equipo, capaces de tolerar el malestar y la frustración, y abiertos a la búsqueda constante de soluciones a los retos que plantea el mercado. Se plantea la necesidad de un nuevo diseño de las empresas y de la redefinición del pensamiento de negocios, en torno a algunos de sus temas fundamentales: el liderazgo, la formación, las relaciones con el cliente, el modo de crear valor, el papel de la mujer, la mujer líder, o la capacidad de redefinir constantemente el objeto de trabajo.

De modo que la competencia intelectual no dice prácticamente nada en el pronóstico de la eficiencia personal y profesional, ya que éstas tienen más que ver con las competencias emocionales, que determinan el grado de habilidad en el manejo del resto de facultades y potencialidades, incluido por cierto, el intelecto.

Después de conocer la diferenciación de mentes, que en 1995 señaló D. Goleman: una mente que piensa y otra mente que siente, y tras lo concluyente de todos los estudios posteriores, parece evidente que “la mente que siente” es algo a tener en cuenta a la hora de interpretar el éxito de las trayectorias vitales, o de diseñar procesos de formación de personas.  En este sentido L. E. Shapiro en su obra «La inteligencia emocional de los niños» escribe que «en forma paradójica, mientras que cada generación de niños parece volverse más inteligente, sus capacidades emocionales y sociales parecen estar disminuyendo vertiginosamente».

Concluyendo, diremos que una persona cuanto más desarrollada emocionalmente sea, más disfrutará de una situación ventajosa en cualquiera de los ámbitos en los que se enfrente, más tenderá a sentirse satisfecha y será más eficiente por ser capaz de gestionar los hábitos mentales que determinan su éxito.

Dionisio Contreras Casado Educador Social. Experto en Drogodependencias. Formador de Inteligencia Emocional.

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