Por Ángel Salvador Asensio

Era una tarde de verano cualquiera. Había estado tumbado sobre el césped que rodea la piscina municipal, tomando el sol placenteramente y leyendo con avidez una famosa novela rusa de Tolstoi, cuando decidí adentrarme al agua con el objetivo de practicar el nado. Cuando terminé, salí del agua, y me dirigí hacia donde tenía la toalla extendida, con la intención de acostarme y contemplar el contraste que me ofrecía el verde del suelo y el azul del cielo.

Al cabo de un rato, eché mano a la bolsa de playa que tenía a mi izquierda y saqué el móvil.

Las seis y cincuenta y cinco- me dije.
-Tan solo faltan cinco minutos para que cierren… Me ducharé en casa- pensé.

Recogí todas mis cosas y me fui a mi casa. Tras la ducha, aproveché para afeitarme. Una vez hube acabado, me dispuse a colocar la funda a la maquinilla desechable, mas esta resbaló de mis dedos, y cayeron ambas cosas al suelo.

La maquinilla, la encontré y la recogí al instante, pero la funda, al ser de un tamaño muchísimo más reducido, además de transparente, no la veía por ninguna parte.
Estuve un buen rato buscando por todos los rincones del cuarto de baño sin éxito alguno. Me resultaba increíble. Sabía que estaba allí, y que tarde o temprano iba a encontrarla, pero por más que buscaba y buscaba, no la hallaba.

De pronto, un pensamiento penetró como un relámpago en mi mente: “Saber que tienes aquello que todavía no ves… Eso es fe” A ese pensamiento le siguieron otros no menos inquietantes: “Quiere, y seguirás queriendo”, “Tienes todo lo que necesitas aquí y ahora, aunque en realidad no necesitas nada”, “La impaciencia  echa todo a perder”.

Tras el asedio de pensamientos a mi mente, me sumí en una profunda reflexión, con el propósito de averiguar  qué tipo de relación guardaban -si es que existía relación alguna- con aquello qué me había sucedido en aquel preciso momento.

Al cabo de un rato, comprendí que no debía preocuparme por nada. Todavía no había encontrado aquello que andaba buscando, pero no me importaba.

El sonido del móvil se escuchó a lo lejos. Recordé que había quedado para salir a tomar algo. Debía llegar tarde. Me dirigí hacia mi habitación, cogí el móvil y vi que tenía unas cuantas llamadas perdidas. Me excusé a través de un mensaje, cogí mis cosas y me fui.

Por Ángel Salvador Asensio. Coach especializado en Coaching Personal. Coaching para el liderazgo, familiar, de atracción y transformacional.

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