Por Dionisio Contreras Casado

El engaño y la mentira viven con nosotros. La política, el deporte, la economía, la empresa y el trabajo, y cualquier ámbito de nuestra sociedad, tienen en la mentira, un elemento de interacción social.

Quizá una de las mentiras más frecuente, es la que uno practica sobre sí mismo, es decir el autoengaño, y esta mentira proferida sobre uno mismo, la encontramos más a menudo de lo que la detectamos. Evitar acudir al médico, no enfrentarse a preguntar a un ser querido algo de lo que se teme la respuesta, eludir conflictos, o no poner fin a una relación insatisfactoria, son formas habituales que toma el autoengaño en la vida cotidiana. En el mundo de la empresa y las organizaciones, en figuras como los directivos, aunque no exclusivamente, el autoengaño se disfraza de una recalcitrante incapacidad para reconocer errores, arrogancia, ansia de poder, rechazo a las críticas, narcisismo y autoadoración, jactancia y burla ante los fallos de los demás, o una constante necesidad de parecer perfecto. Si la mentira tiene un objetivo y es en la mayoría de las ocasiones, un acto consciente, el autoengaño es inconsciente, y no tiene otro objetivo que, intentar evitar enfrentarse a una realidad no distorsionada por una percepción “tramposa”.

Un estudio sobre psicología de las organizaciones y del trabajo, de 2001 (Ellingson, Smith y Sackett) revela que en los cuestionarios o encuestas realizadas, se da por parte de los “preguntados” una distorsión de la respuesta, involuntaria, automática e inconsciente. Los autoengañados tienden a describirse a sí mismos de modo favorable y positivo, y aunque pueda parecer increíble, lo hacen honestamente, ya que ellos lo creen así, a pie juntillas.

De alguna manera, convencerse a uno mismo de que todo va bien, de que no hay nada a lo que enfrentarse, de que no hay nada que cambiar, evita tener que hacer autocrítica, enfrentarse a tomar decisiones, tener que asumir la verdad, o arriesgarse a escuchar lo que uno no quiere escuchar.

La mediocre filosofía del “ojos que no ven, corazón que no siente”, nos convierte en víctimas del autoengaño, únicamente nos conduce a la inconsciencia, y lo peor de todo, es que no evita las consecuencias de lo que se quiere eludir, al contrario, muchas veces, las agrava, y dificulta enormemente la voluntad personal.

Muchos trastornos psicológicos tienen como implicado y agravante, cierto grado de autoengaño, y así una persona alcohólica ignorará su temor a enfrentarse a sus problemas, mientras destruye su hígado bebiendo sin ser realmente consciente de lo que le conduce a beber; o un muchacho o muchacha anoréxica, raramente reconocerá su miedo a sentirse juzgada por su cuerpo, mientras combate contra el, una batalla que le puede costar la vida. Consecuencias del autoengaño, que finalmente consigue ocultar a los ojos de quien lo padece, el verdadero problema al que se enfrenta.

Los historiadores Hugh Trevor-Roper y Ian Kershaw, cuentan como Adolf Hitler, hasta su suicidio, psicológicamente fue huyendo progresivamente de la realidad, tras una demente necesidad de autoengañarse y únicamente recibir noticias propicias y optimistas, hasta el extremo de creer que sus derrotas eran victorias, y así esperaba una victoria final: “cuando los tanques del mariscal soviético Zhukov estaban ya a pocos kilómetros de la puerta de Brandenburgo, Hitler repetía a gritos ante su Estado Mayor, dentro de su refugio subterráneo, que los rusos sufrirían una sangrienta derrota ante las puertas de Berlín”. Y es que, a menudo, el que se autoengaña termina por desorientarse, y pierde la perspectiva del problema original. Tras llevar mucho tiempo no queriendo mirar la verdadera naturaleza de su problema, termina por no tener ninguna capacidad de enfrentarse a sus conflictos, cronifica su malestar psicológico, mientras intenta creerse lo que repite: “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Evidentemente podemos concluir que, si uno no se enfrenta a los aspectos molestos (porque decide cerrar los ojos para no ver) que le preocupan, y basa su estrategia en la evitación vital, el problema que afecta a su vida nunca será vencido. Otra cara del autoengaño es negarse a ver que hay cosas que no se pueden cambiar, y en este caso el modo de enfrentarse a estas situaciones, pasa por algo tan difícil como la aceptación. Dos caras de la misma moneda: eludir la verdad o negarse a aceptarla, y siempre el mismo resultado: inflingirse daño a uno mismo, y a los demás.

Dionisio Contreras Casado Educador Social. Experto en Drogodependencias. Formador de Inteligencia Emocional.

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