José Ramón García Melián

Por José Ramón García Melián

Un reciente ejercicio de rol en la práctica de Coaching con mi “intrépida” tutora Silvia Díaz, en el que ella hacía el papel de coachee, me ha permitido reflexionar en un aspecto de nuestra – digamos – gestión personal, con en el que quizás no contemos demasiado, puede que debido al ritmo tan trepidante que vivimos y que nos impide o dificulta tener una visión de hacia dónde vamos, de lo que queremos y del por qué, moviéndonos a veces como un pollo descabezado y yendo por nuestra vida de aquí para allá sin ton ni son.

¿Realmente somos conscientes de cuál es nuestra Misión en nuestra vida o en nuestro trabajo…? Puede que ni nos lo hayamos planteado. Decía Leon Tolstoi “Si no se tomara la vida como una misión, dejaría de ser vida para convertirse en infierno”, y un infierno es algunas veces lo que experimentamos las personas, quizás, porque no tenemos una Misión, o sea, un motivo, un fin, sino simplemente nos dejamos llevar. Una de las principales consecuencias de caminar sin un fin claro es la de sentirnos perdidos y sin una razón para el por qué, y con frecuencia no valorar realmente lo que somos y podemos hacer.

Quizás nos ayude a diferenciar entre nuestra misión y lo que son nuestros objetivos, si nos planteamos estos últimos como triunfos que están en nuestro mundo interior: tener salud, conseguir un trabajo con una buena remuneración (¡Hoy en día casi que nos contentaríamos con tener simplemente trabajo!), una buena casa, etc. Sin embargo para llegar a conocer lo que es nuestra misión, debemos buscar fuera de nosotros, en el mundo de los demás, y no tiene que ser necesariamente la misma que la de la Madre Teresa o la de Oskar Schindler (hombre de negocios reclutado por la SS a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, que salvó de morir en los campos de concentración Nazis a unos 1200 judíos). Es más, yo soy de la opinión que no tenemos por qué tener una sola misión, podemos tener varias, pero todas ellas deben tener su sentido en el mundo de los otros. Me parece una ilustración adecuada a lo anterior el siguiente texto del poeta metafísico inglés del siglo XVI, John Donne:

Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.

Realmente lo que somos y hacemos tendrá mayor o menor sentido en la medida en que nos sintamos parte de los demás y obremos en consecuencia. Nuestra misión es nuestra declaración de intenciones a nosotros mismos y al mundo, ya sea en el campo laboral o en el personal, la verdad es que ambos están íntimamente relacionados. El tener una idea clara de cuál es nuestra misión y recordarla periódicamente es vital. Tengo la experiencia personal de haber trabajado en un servicio de emergencias junto a personas que todos los días se jugaban la vida para salvar la de otros, pues bien, algunos de ellos, lejos de estar motivados por esta circunstancia, habían perdido esa motivación y en ellos afloraba la desgana y la monotonía. Tuve la oportunidad de ayudar a alguno simplemente haciéndole recordar cuál era su misión, la de servir al ciudadano, y con ello recordar también el motivo de su vocación.

Quizás no sería mala idea en el desempeño del Coaching el recordar nosotros y hacerle recordar a nuestros coachees que cada uno de nosotros tiene una misión y ella es la que nos da sentido a lo que somos y hacemos.

(El autor es estudiante de Coaching Personal en TISOC. Puede contactar con el autor desde autores@tisoc.com).

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