Por Ariel Orama López

“Érase una vez, y dos, son tres", susurraban los “arropaditos de pies pequeños”. Según cuenta la leyenda, en el Bosque Señorial de la Ceiba vivía un ser diminuto llamado Corderito Vampirito. “Corderito” -como le llamaban de cariño- recibió para su cumpleaños lo que tanto esperaba: la invitación dorada para la Gran Escuela de Sanadores de Almas.

La prestigiosa academia era exclusiva para lobos curadores: claro está, Corderito Vampirito no era un lobo. Había decidido estudiar las milenarias doctrinas de estas manadas, a pesar de haber sido educado como un corderito de las Artes y las Ciencias. Bajo la guía de la gran Ninfa de los Versos y del Águila Mexicano, Corderito Vampirito comenzó sus primeros pasos. Su misión añorada: aprender la experimentada ciencia del sanador y convertir cada paso suyo en la Tierra en una hermosa obra de arte.

Con un espíritu soñador y etéreo, se dispuso a reunirse con el Gran Maestro Alfa de la Escuela de Sanadores, justo en el árbol de la sabiduría. “Yo he aprendido muchos conjuros y decretos, le aseguro que sé algunas cosas del Arte y de la Ciencia”. Gran Maestro Alfa le escuchaba atento: “quiero hacerle una promesa”, le dijo. “Yo prometo compartir mis conjuros y decretos que ya he aprendido, con sus queridos alumnos, mientras me  nutro de los conjuros avanzados de la Magia de las Almas”. Con un estrechar de manos, Corderito Vampirito inició su recorrido como aprendiz de los lobos sanadores y como maestro de sus científicas lecciones.

Entre clases, conjuros y cuadernos, conoció muchos aspirantes a mago y nuevos amigos. Trabajaba arduamente por ser el mejor aprendiz de los hechizos; por las tardes, laboraba en el Laboratorio Experimental de Ratas Blancas y en el de los Mortales del Más Allá. Entre los mogotes del bosque, conoció a cuatro grandes guías espirituales, que todavía le acompañan: el gran duende de las neuronas valientes, el apacible silfo de los epitelios coloridos, el gran sabio de la psicología, alias “el Gran Decano” y el increíble hechicero de las clonaciones. “Jamás olvidaré mi promesa”, les reiteró Corderito Vampirito. “Prometo que, algún día, pagaré con creces todo lo aprendido a la Gran Escuela de Magia para las Almas.

Un día azul intenso, Corderito Vampirito se enfermó. Años después descubrió las razones: un medicamento que le recetaron los magos hechiceros para curar su piel -combinado con sus arduas faenas de estudio y trabajo- fueron las causas para que el pequeño animalito lanudo adquiriese un efecto secundario que nunca había experimentado: “el espíritu de la tristeza severa”. Tuvo que huir de la Escuela de hechiceros por un tiempo, “descubriendo y fundando entre veredas”. Conoció las tan mencionadas Tierras del Cielo-Eterno y del Infierno-Jamás. Allí, descubrió a Dios y sus ángeles; a ondinas y sirenas; mariposas, pajaritos, iguanas y libélulas; conoció amigos y combatió enemigos. Su fe fue tan inmensa que logró retomar sus clases de magia “sanadora del alma” en menos de un año y regresar así, poderoso: como quien se nutre de los poderes que nos regala el Creador. Su nueva magia: el conjuro sanador del arte libre y del espíritu  –"el que sí funciona", diría Corderito – y la sensibilidad por todo aquello que le recordase a Dios.

Como quien llegase a una mansión tenebrosa, Corderito se encontró con una nueva escuela. Incluso el Gran Maestro Alfa y su amada esposa, la denominada “diosa de las Manadas Familiares”, mostraron unas garras inesperadas: pertenecían a una nueva escuela de iluminados “etiquetadores”. A Corderito Vampirito le tocó entrar en la clase Slytherin (cuya guía era la Serpiente) en vez de Griffindor, como el año anterior. Le acompañaron nuevos aspirantes a la magia. Y allí, Corderito Vampirito tuvo su primer contratiempo: fue motivo de burlas por algunos compañeritos y mentores. “Ahí va el cordero de ‘el espíritu de la tristeza severa", murmuraban algunos. “¿Pero tú no eras el cordero de los grandes hechizos”? Otros mentores le preguntaban constantemente -con un subtexto interesante y la malicia de quien esconde sus más terribles temores: “te veo ‘ansiosito’… ¿acaso aún tienes el espíritu de la tristeza severa? (…) Lo perdimos”, expresaba constantemente la diosa de las Manadas, a éste y a su padre cordero. “Este nunca será un lobo sanador”, dijo la maestra puritana.  “Ese corderito debe estar haciendo mil cosas, bien “hipomaníaco”, dijo el lobo editor de la revista estudiantil a otro amigo cordero de Vampirito.

Corderito "sopló y sopló", lo habló  y lo habló, y nadie hizo nada.

Y así, golpe a golpe, Corderito Vampirito aprendió las grandes lecciones de los lobos. Atendió a los lobos “enfermos” del espíritu inmunológico. Se hizo fuerte, y cada vez más sensible. Descubrió como eran  las cosas: no en teoría, sino en práctica. Conoció a los denominados ángeles de los pasadizos –o los “ayudantes” de las oficinas directivas-, esos que siempre estuvieron presentes en sus nuevos Nortes. Así también conoció a Gaia “Freud”, quien “jugaba” seriamente a ser psicoanalista, al Gran Quirón de las Cartas del Tarot, a "Zahphira", la flor hermosa de las leyendas terapéuticas, entre otros nuevos mentores, maestros y personajes de bien. Hubo muchos lobitos y lobitas fieles, "de los buenos" de todo cuento de hada; esos que ya han creado sus propias manadas y cavernas de curación. Así aprendió el prejuicio de algunos pocos lobos; aquellos quienes eran, precisamente, adiestrados o educadores en el arte de sanar las Almas. A pesar de ello, su decreto fue constante, como la fe que siempre le ha inspirado: “No importa lo que pase, siempre pagaré con creces lo aprendido en la Gran Escuela de Magia para las Almas”.

Justo hoy, ya han pasado diez años. Corderito Vampirito -bajo el amparo de los ángeles, de Dios y de las hadas del conocimiento y del amor universal- comparte sus conjuros con el Mundo. Ha conocido grandes Lobos Sanadores y es mentor de algunos corderos. Ha creado sus propios conjuros “curadores” mediante la creatividad y las ciencias. Sus recetas y "descubrimientos investigativos" están dispersos por el Mundo y aún le falta mucho por cultivar. Incluso creo’ una beca para corderos en la Escuela de los Lobos Sanadores y un séquito de búhos le ofrecieron fungir como director de un Departamento de Lobos Graduados en otra Universidad Esmeralda (cuando ni siquiera había alcanzado la edad de Jesucristo): no aceptó. Sabe que le esperan otros Nortes, otras manadas y otras veredas.

Mensualmente, recibe cartas a través de palomas mensajeras. “He recibido ataques personalistas por padecer del espíritu del sistema inmunológico”, le cuentan a Corderito; "no me siento escuchado por mi loba" o “mi loba sanadora me cambia el nombre en la catarsis terapéutica”, dice un ave solitaria.  “El lobo sanador que me atiende sólo habla sobre mis problemas de identidad y no de lo que realmente me preocupa, mi tristeza severa”, le dicen a Vampirito algunos discípulos o “pacientes”.

Son muchos los que, como Corderito Vampirito, aprendieron que no todo es como está escrito en los textos, o como nos enseñan las teorías. Hay verdades que no pueden ser cubiertas con la piel de un lobo ni por capas adiposas de hipocresía o de prejuicio. No obstante, a Corderito Vampirito siempre le acompañaron las palabras del Salmo 91: “En sus manos te habrán de sostener, para que no tropiece tu pie en alguna piedra; andarás sobre vívoras  y leones, y pisarás cachorros y dragones” (…) “En ti, he puesto todo mi amor”.

Hoy, Corderito ya es todo un “hombre”. Pese a los intentos de algunos "Slytherianos", su luz sigue brillando con la misma esencia divina. Una Hada de la Ceiba le dijo algún día: “recuerda que tu haz de luz es como la de un insecto volador que tú bien conoces (…) si alguien pretende ocultarla -o cerrarte puertas de imprevisto-, ésta se le escapará de sus manos y se impregnará por todo el horizonte hasta llegar a otras tierras. “La luz de quienes luchan por servir, es imparable”, entendió el cordero. Y así se convirtió en cómplice de sueños inmensos. Por eso, Corderito Vampirito ha decidido ser eslabón, y no peldaño. Ser instrumento, y no obstáculo. Madre Teresa, Gandhi, Sor Isolina, Rafael Cordero Molina, José María Escribá y otros “santos”, son sus nuevos profesores: jamás se cansará de defender las causas nobles y algún día será cómplice del gran Maestro Educador de los Niños.

Y justo hoy, cuando las hadas veraniegas de su cumpleaños ya hayan mostrado sus laureles, decidirá pasar la página de esta historia y gestar un nuevo decreto: Aquí y Ahora, en pleno 2011, no seré más Corderito Vampirito. Elijo ser del Cielo etéreo.

No seré lobo inhumano, sin sustancia. Hoy prefiero ser Luciérnaga.

(El autor es Psicólogo Clínico, Coach Certificado de Coachville Spain/The Internacional School of Coaching. Autor de los libros: Psicología como profesión: Orígenes y tendencias y Sinapsis Crëativa: Crea.tu.Universo.)

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