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Por Dionisio Contreras Casado

Es evidente que el humor y la risa, han pasado de ser consideradas actitudes propias de bufones, payasos y personas de “baja” condición social, a ser actitudes exclusivamente propias del hombre, y demostrativas de la grandeza y la superioridad del ser humano sobre lo que sucede a su alrededor. Quizá a ello haya contribuido la ciencia, que ha comprobado como reírse a carcajadas y sinceramente, aporta beneficios tales como: eliminación del estrés, colesterol, ansiedad, insomnio, problemas cardiovasculares y respiratorios, y un largo etcétera. Y es que al reírnos, lo que estamos haciendo es liberar una gran cantidad de endorfinas, llamadas “hormonas de la felicidad”, pequeñas proteínas que actúan como neurotransmisores producidos por el propio organismo y cuya función principal es inhibir el dolor, de ahí que sean considerados analgésicos endógenos. En esta línea, no son pocos los científicos reputados que afirman que uno puede zafarse de la enfermedad con la risa y el buen humor, y hasta de los males crónicos.

Y no sólo eso, sino que actitudinalmente, la risa nos sitúa de un modo distinto ante los problemas y los retos, aportando aceptación y creatividad, comprensión y posibilidad de transformar nuestras pautas mentales, y nuestros hábitos de pensamiento. Y es que, cuando se tiene buen humor, se pueden interpretar los problemas de un modo más aplacado y sereno, y escrutar soluciones mucho más creativas, que cuando se convive con el mal humor.

Los estados de ánimo delimitan nuestra voluntad para la acción, y esto bien lo saben las personas y las empresas que se han visto arrastradas por un torbellino de emociones displacenteras y de espectro depresivo, y que influidos por estas emociones, terminaron convirtiéndose en su propio estado de ánimo. Punto en el cual, ya no se sabe quién tiene a quién; si uno a las emociones, o las emociones a uno.

En el fondo la risa es un lenguaje, absolutamente expresivo, con el que mostramos nuestra personalidad. La risa y el buen humor se convierten así en el combustible y el lubricante fundamental de las relaciones interpersonales, y es un fuerte medidor de la eficacia de las organizaciones, y estimulando el sentido de pertenencia, fortalece la resistencia en épocas de dificultad y derrota.

Del mismo modo que hay personas tristes o alegres, existen organizaciones tristes o alegres. Del mismo modo que existen empresas o personas neurasténicas y neuróticas, las hay emocionalmente sanas, y no son pocas las aplicaciones terapéuticas que del humor y la risa, se hacen hoy día. Así, numerosas empresas contratan servicios de risoterapia para sus empleados, con el objeto de ofrecer un espacio para que los participantes conecten con sus emociones, y afloren facetas de libertad, espontaneidad y creatividad, ya que las empresas risueñas y felices, son las realmente prósperas. Parece comprobado que los líderes que, para resolver los conflictos, recurren al sentido del humor (no al sarcasmo, ni a la ironía), favorecen en sus empleados mayor capacidad de regular sus emociones en situaciones difíciles o de cierto riesgo.

Barbara Wild, psiquiatra y directora del Grupo de Investigación sobre el Humor, de la Universidad de Tübingen, a propósito del uso terapéutico del humor en la clínica, afirma que “Los pacientes depresivos comprenden el chiste, pero no sienten alegría. En psicóticos no aplicamos esta terapia, ya que todo lo toman como real. Y tampoco en los gelotofóbicos, que piensan que siempre se están riendo de ellos”.

Además de una función terapéutica, el humor y la risa enseñan a las personas a ser más humildes, permiten relacionarse de un modo más distendido y relajado, les aleja del miedo al ridículo y les ayuda a defenderse de las ofensas. A este respecto, es bastante conocida la anécdota del dramaturgo George Bernard Shaw, quien cuando encontró en su buzón una carta en la que sólo se leía la palabra: “Imbécil”, sin conmoverse, exclamó: “He recibido muchas cartas sin firma, pero ésta es la primera vez que recibo una firma sin carta”. O como aquel empleado, cansado de que su superior le dijera, una y otra vez: “Inútil”, contestó: “No soy un completo inútil… por lo menos sirvo de mal ejemplo”.

Una de las funciones más importantes y tenidas en cuenta del sentido del humor es relativizar la realidad, y es que sin la risa, las posibilidades del hombre de sobrevivir a la tragedia humana, serían muy escasas. En palabras de Woody Allen: “¿Y si todo fuese una ilusión y nada existiese en realidad? Entonces habría pagado definitivamente demasiado por mis alfombras”.

Y por último, es preciso recordar que la risa y el buen humor son tan contagiosos como un bostezo.

Dionisio Contreras Casado Educador Social. Experto en Drogodependencias. Formador de Inteligencia Emocional.

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