Por Dionisio Contreras Casado

Según la mitología griega, un bondadoso y sabio rey de Chipre, e insuperable escultor, de nombre Pigmalión, andaba de cabeza buscando una mujer cuya belleza fuera perfecta, con el objeto de desposarse con ella. Mucho tiempo anduvo buscándola. Tanto que al no encontrarla, resolvió dedicar el resto de su tiempo, y así su amor, a esculpir la más bella de las estatuas femeninas. Así erigió la estatua de una preciosa joven a la que bautizó como Galatea, tan hermosa que no pudo evitar enamorarse perdidamente de ella. Tanto fue así, que durmiendo soñó que la estatua cobraba vida.

Ovidio, en su obra “Metamorfosis” lo describe así: «Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente (…). Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez, y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos.». Cuando despertó del sueño, reemplazando a la efigie, se encontraba Afrodita, quién se dirigió a él: "Mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal". Así es como, mitológicamente, Galatea, en principio de piedra, se transformó en una mujer de carne y hueso.

En 1968, Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, tras una curiosa investigación: “Pigmalión en el aula”, concluyeron que las expectativas y las creencias de los profesores sobre los alumnos actuaron a favor de su cumplimiento, y así, fueron los propios maestros los que terminaron convirtiendo su percepción en confirmación de lo que ellos esperaban de los alumnos. En muchas áreas del conocimiento, se ha podido comprobar este proceso denominado en psicología “efecto Pigmalión”, por el que las creencias y expectativas de una persona o un grupo respecto a un individuo, afectan de tal manera a su conducta, que el segundo tiende a confirmarlas. En cierta medida implica reconocer que somos lo que los demás esperan que seamos. También se le denomina la ley del espejo: “Tratadme como alguien excepcional y lo seré”.

En medicina es conocido como “efecto placebo”: administrar una pastilla de almidón, totalmente inocua y sin principio activo, puede curar debido a que el doctor que nos la administra dice que nos va a curar, sumado a que deseamos curarnos. En economía, el caso más relevante a gran escala de efecto Pigmalión fue el que se vivió con la crisis económica de 1929, en el que el convencimiento de muchas personas que el sistema se hundía, hizo que se redujera la demanda de bienes, y que finalmente hundiera. El efecto Pigmalión también ha tenido su importante aplicación para alcahuetas y casamenteras, ya que personas entre las que no parecía existir atracción, la simple sugerencia del deseo del otro, ha bastado para que la actitud del supuestamente deseado cambiase radicalmente, propiciando mayor acercamiento. La predisposición a tratar a alguien de un modo concreto, condicionado –en mayor o menor grado- por lo que nos han contado de dicha persona, es algo muy confirmado por estudios posteriores al de Rosenthal, y hasta parece de sentido común.

Parece que el denominado “efecto Pigmalión” tiene fundamentos científicos, ya que se ha confirmado que cuando una persona deposita confianza en otra persona, y consigue contagiarle esa esperanza, el sistema límbico agiliza su capacidad de pensamiento, incrementa la sagacidad y la lucidez, mejora con creces la atención, y aumenta la eficacia y la eficiencia.

Conseguir o no, objetivos difíciles puede depender de la confianza o desconfianza que los demás tengan depositada en nosotros, ya que la confianza, las expectativas, las creencias o lo que se espera de alguien, puede llegar a ser un importante principio de actuación. Dicho de otro modo: cuando existe un enérgico deseo que las inspira, las profecías siempre tienden a materializarse. Tanto para bien como para mal.

“Mantengamos las más altas ilusiones en aquellos con quienes convivimos; si sinceramente creemos en sus posibilidades, las veremos cumplidas”.

Dionisio Contreras Casado Educador Social. Experto en Drogodependencias. Formador de Inteligencia Emocional.

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