Por Dionisio Contreras Casado

A menudo, en el trabajo, nos encontramos con un tipo de superior, que bien podemos llamar “jefe coercitivo”, enérgico y mandón, que siempre está orientado al logro, a los resultados, a la consecución de los objetivos, y cuyo lema es “haz lo que te digo, sin cuestionamientos”. La obediencia que exige, es férrea e inmediata. Para él, el fin justifica los medios, y no le interesa lo más mínimo la conciencia personal del trabajador.

Por otro lado, parece que la “obediencia ciega” a la autoridad, entendiendo por ella la obediencia que lleva a hacer cosas que en condiciones normales una persona nunca haría, puede anidar en cualquier persona normal, en cualquier trabajador de cualquier empresa.

Un año más tarde (1961) de que Adolf Eichmann fuera sentenciado a muerte por haber participado en el Holocausto nazi, Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, se preguntaba como una persona tan normal como Eichmann, había sido capaz de tales atrocidades, y se preguntaba si quizá tanto Eichmann como todos los coautores nazis del Holocausto, simplemente obedecían órdenes. No podía concebir cómo la obediencia a un superior podía haber hecho que personas normales llegaran a consumar actos tan sanguinarios.

Milgram, trató de demostrar en 1963 con un experimento, que las órdenes recibidas por una autoridad, entran a menudo en conflicto con la conciencia personal, y que un fuerte mando, se impone a la conciencia del subordinado: “Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia”.

Antes de comenzar el experimento, Milgram y su equipo, pensaban que apenas alguien pasaría algo de tiempo viendo cómo una persona sufría, ante sus ojos, por culpa de las descargas que él mismo ordenaba a la silla; y que no lo harían a pesar de las órdenes, los gritos, amenazas y coacciones del director del experimento. Milgram, antes de comenzar el experimento, pensaba que una persona mentalmente sana debería negarse a enviar descargas a la silla, levantarse y renunciar al experimento, en cuanto viera que debido a sus acciones, se infligía sufrimiento a otra persona.

No obstante, los resultados fueron escalofriantes, pues más del sesenta por ciento de las personas utilizadas en el experimento, llegaron a infligir descargas de altísima “intensidad”, llegando incluso a la muerte del sujeto pasivo, simplemente obedeciendo ciegamente al director del experimento, quien persuadía al “ejecutor” con distintas órdenes, suaves en un principio, rigurosas más adelante. Evidentemente el sujeto que recibía las electrocuciones era un actor, miembro del equipo de investigadores.

La obediencia a la autoridad, es uno de los pilares de nuestra sociedad, y por consiguiente tiene un importante calado en las distintas organizaciones de la estructura social, incluida la empresa, entendida como la unidad económico-social que busca realizar una producción socialmente útil. Parece evidente que en ellas, el principio de jerarquía y por lo tanto de obediencia son necesarios, ya que si no se respetasen, sería harto difícil que éstas funcionasen.
Sin embargo, la obediencia a la autoridad, y las estructuras de mando rígidas y autoritarias, constituyen un tema sugerente para determinar la materialización de algunos riesgos laborales, básicamente de índole psicosocial, por la influencia que tienen en la vida individual de las personas, ya que el tan socorrido “yo sólo obedecía órdenes”, si bien protege de responsabilidades y disfraza de “sentido del deber” la acción ejecutada, también es cierto que deja al descubierto una importante cuestión ética y de principios morales de quién obedece. En definitiva, hace aflorar un problema de conciencia que desgasta emocionalmente a la persona.

Las preguntas que nos inspira el experimento son: “¿Dejaría yo de obedecer a mi superior, jefe coercitivo, al comprobar que sus rígidas órdenes entran en conflicto con mis principios?, ¿obedecería, y ejecutaría lo encomendado, incluso en contra de mi conciencia?

“La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad, constituye el principal descubrimiento del estudio”, según Milgram.

Dionisio Contreras Casado Educador Social. Experto en Drogodependencias. Formador de Inteligencia Emocional.

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