Por Lic. Nora Panchuk
Son todas las conversaciones iguales?
Definitivamente no.
Hay conversaciones que son recreativas, nos ayudan a pasar el tiempo, tal vez entretenidos, pero que llegan hasta la última palabra, no más. Son esas que nos son imposibles reproducir porque ante la pregunta: sobre que conversaron? La respuesta frecuente es: ¨de nada¨. Y no es porque se haya hablado de nada sino que nada de lo que se habló, dejo algo que valga la pena recordar.
Y cuales son entonces esas otras conversaciones?
Son aquellas que llamamos provocadoras. Esas que nos tocan, nos impactan, que tienen eco, que siguen resonando después de terminadas, que no mueren con la última palabra. Son las conversaciones que guían por ejemplo, una sesión de coaching. Pero dada su riqueza es un enorme desperdicio que queden solo en la caja de herramientas de un coach. Cualquier situación que nos pone frente a alguna persona a quien queremos ayudar, nos invita a tener una conversación intencionalmente provocadora.
Así de fácil?
Si, así de fácil y así de complejo según parece. Para tener conversaciones provocadoras y enriquecedoras, requerimos de algunas condiciones previas y de una llave maestra: saber preguntar y querer escuchar.
Tener la verdadera intención de escuchar, así como Auguste Rodin en el siglo XIX hizo El Pensador, alguien debería esculpir un gran Escuchador, sería una gran inspiración.
Se trata de llegar virgen a conversar, vacíos de juicios, de prejuicios y de otros ruidos, y a la vez llenos de entusiasmo, de pasión y de verdadera intención de sumergirse empáticamente por un rato, en el mundo del otro.
Estar abiertos a escuchar implica controlar a nuestro ego, a ese monstruito que se desvive por irrumpir gritando, necesito hablar!!! necesito ser escuchado!!!
Que debemos escuchar? Todo. Escuchar lo que se dice, lo que no se dice, escuchar la mirada, escuchar los gestos, escuchar al cuerpo, escuchar los silencios. No interrumpir, no contar la propia experiencia, no poner el propio punto de vista, a menos que nos sea solicitado, en ese caso se verá. Pero si, preguntar.
Preguntar no por curiosidad sino para echar leña al fuego, avivarlo, provocar la reflexión en el otro. También para preguntar hay qués, cómos y cuándos.
Mi maestro Miguel Roldan siempre nos decía: no hay que tener la mejor respuesta, solo hacer las mejores preguntas en los momentos apropiados.
Esas conversaciones provocadoras no tienen que ser prolongadas para ser significativas, no es cuestión de cantidad, pero sí de calidad.
Invitar a conversar, dar el lugar para que el otro se siente y se sienta invitado a hablar y a ser escuchado.
Se trata de conversar sin conservar, es decir sin pretender mantener las cosas tal como están.
Si la conversación no provoca algún cambio, es que hubo demasiados conservantes y no sirve.
Esas son las conversaciones que pasan sin dejar marcas, sin hacer olas, son las conversaciones que olvidamos rápidamente. De esa conversación…ni rastros.
Si lo que queremos es ser escuchados, entonces subamos al estrado y demos un discurso, así,
si logramos ser medianamente interesantes, los oyentes quedaran contentos y recibiremos un gran aplauso como premio. Nuestro ego feliz, nosotros, hinchados de placer.
Pero conversar con intención y con emoción, es otra cosa.
Lic. Nora Panchuk, Coach ejecutivo – TISOC.